jueves, 29 de abril de 2010

No tenemos un lenguaje para los finales

No tenemos un lenguaje para los finales,
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.

¿Cómo decirle a quien nos abandona
o a quien abandonamos
que agregar otra ausencia a la ausencia
es ahogar todos los nombres
y levantar un muro
alrededor de cada imagen?

¿Cómo hacer señas a quien muere,
cuando todos los gestos se han secado,
las distancias se confunden en un caos imprevisto,
las proximidades se derrumban como pájaros enfermos
y el tallo del dolor
se quiebra como lanzadera
de un telar descompuesto?

¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo
cuando nada, cuando nadie ya habla,
cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras
de un mundo que ha perdido
su memoria de un mundo?

Quizá un lenguaje para los finales
exija la total abolición de los otros lenguajes,
la imperturbable síntesis
de las tierras arrasadas.

O tal vez crear un habla de intersticios,
que reúna los mínimos espacios
entreverados entre el silencio y la palabra
y las ignotas partículas sin codicia
que sólo ahí promulgan
la equivalencia última
del abandono y el encuentro.

En el eco ojival de mis transparencias
me diluyo en tu recuerdo...

Mis húmedos surcos navegables afloran
en el intermitente canto de tus deseos.

Sumerges pistilos en mis labios abismales,
produciendo estertores capilares
me vuelvo tu cómplice
y convulsiona mi cuerpo en tu lecho.

En tus manos soy mar incontenible,
anhelos horizontales,
hembra previsible ante la presencia,
de innumerables goces.

Humedeces mis secretos escondidos.
Poro a poro se bañan mis fuegos seculares,
tiemblo, grito,
mareas sucesivas y salvajes
repertorio de conjunciones fulminantes.
embates fragorosos, ¡gemidos al unísono!
pulsaciones incontrolables del conjuro procreador multiplicante 
Roberto Juarroz

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